martes, 25 de octubre de 2011

Catrinas Panamericanas

Nadie se escapa de la “muerte”, que alegre ronda las calles y plazas públicas de la ciudad de Guadalajara, donde se celebran los Juegos Panamericanos.

Las “catrinas”, las “calacas” y “las huesudas”, esculturas de tamaño humano y que representan a la muerte, invaden el centro histórico de esta urbe vestidas con sus uniformes deportivos y coloridos trajes típicos, como parte de la exposición “Catrinas Panamericanas".


Los alumnos de Centro Cultural Casa Colomos realizaron tres piezas que se encuentran en la Plaza Liberación.
Las piezas realizadas tienen por nombre 'Margarita', 'Clementina' y 'Colomina'. La primera es experta en tiro con arco y en su vientre se plasmó la obra pictórica del maestro José Clemente Orozco 'El hombre de fuego'.

La segunda compite en esquí acuático y en todo su vestido se dibujaron las obras pictóricas "Autorretrato 1940", de Frida Kahlo, "Niña con alcatraces", de Diego Rivera, "Sandías", de Alfaro Siqueiros, "Autorretrato", de Rufino Tamayo y "Retrato de Miguel Hidalgo y Costilla", de José Clemente Orozco.

La tercera pertenece a la disciplina de ciclismo y representa la canción de Guadalajara escrita por Pepe Guizar, en parte inspirada por el fragmento "Colomitos lejanos". De las 100 catrinas representantes del sentir del pueblo mexicano, la ganadora de esta exposicion es
“María, la ciclista” quien pedalea veloz su bicicleta azul.

Por otro punto de la ciudad una calavera de tae-kwon-do logra el equilibrio, mientras da una patada con sus piernas flacas; “Delfina”, se dispone a darse un “chapuzón" en una piscina con su bañador rosa y un flotador rodeando su esquelética cintura. Una “catrina” futbolista hace una “chilenita” a ras de cancha, vestida con uniforme negro de flores multicolor. Frente a la Cátedral metropolitana, una “calaca” de trenzas oscuras hace un homenaje a los atletas que competirán en los panamericanos.


A propósito de la justa continental, las piezas son expuestas en los principales sitios turísticos de Guadalajara y el municipio de Tlaquepaque, una de las subsedes de esta competición deportiva.

Las esculturas fueron elaboradas por artesanos locales con la antigua técnica del papel maché, para el que utilizan papel periódico o cartón, pegamento casero a base de harina de trigo y agua, así como pinturas vegetales.

Las figuras retoman la figura de “La Catrina”, creada por el famoso grabador mexicano José Guadalupe Posada y utilizada para representar a la muerte en los altares y festividades de Día de Muertos que se celebra el 2 de noviembre en todo México.

Y es que la cultura mexicana se mofa de la muerte y la convierte en un objeto de diversión y culto.

Nadie teme a un recorrido nocturno por alguno de los cementerios de la ciudad, que comenzaron antes de dicha celebración con motivo de los Panamericanos.

El de Belén, con más de 200 años de antigüedad ubicado en el centro de la ciudad, recibe en esta época a los curiosos que quieren conocer las leyendas que le han dado fama por generaciones.

A medianoche, niños y adultos se adentran en sus oscuros pasillos para escuchar cómo un vampiro fue enterrado en ese camposanto y luego se convirtió en un árbol del que brota la sangre de sus víctimas, si alguien osa cortar un pedazo de su tronco.

Después de lidiar con fantasmas de ahorcados y de niños muertos que exigen golosinas, los paseantes nocturnos pueden asistir a obras de teatro o conciertos que tiene como tema central, por supuesto, a la muerte.

El culto a la “huesuda” se refleja también en el “tianguis de la muerte”, un mercado rodante que ofrece todo lo necesario para montar el altar que cada 1 de noviembre los mexicanos levantan para recordar a sus difuntos.

Unos días antes de la celebración, el Parque Morelos se viste de morado, negro, naranja y rosa mexicano y se perfuma de todo tipo de olores.

Los vendedores ofrecen el “papel picado” con figuras alusivas a la cultura mexicana, calaveras hechas de azúcar o chocolate, dulces típicos, veladoras y copal, una resina vegetal que al quemarse purifica el alma y aleja los malos espíritus, según la creencias indígenas.

Para completar el altar y alimentar al difunto que regresará a la tierra es obligatorio llevarse los dulces típicos de tamarindo y chile y el clásico “pan de muerto”, preparado especialmente para la ocasión, espolvoreado de azúcar y coronado con dos tiras en forma de huesos.

Y entonces se está listo para que la muerte se convierta en fiesta, una celebración que atrae con su misticismo a propios y extraños.






















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